Los estrictos controles fronterizos de Israel han impedido en gran medida la entrada a los turistas extranjeros, pero el tradicional Papá Noel de Jerusalén se las arregla para traer algo de alegría local.
JERUSALÉN — Quedaban pocos días de compras para la Navidad, pero en el barrio cristiano de la Ciudad Vieja de Jerusalén, la mayoría de las tiendas estaban cerradas.
El propietario de Santa Maria Souvenirs, David Joseph, cristiano palestino, cerró con candado su tienda y dijo que no tenía sentido esperar. Mientras sonaban las campanas de la iglesia, “Noche de Paz” salía lastimeramente de un bar de café espresso vacío hacia un desierto callejón adoquinado.
“Es triste”, dijo Alessandro Salameh, otro cristiano palestino que atendía el bar. “Ya ves, es como una ciudad fantasma”.
Israel, en un esfuerzo por contener la variante ómicron del coronavirus, altamente contagiosa, ha prohibido la entrada a la mayoría de los viajeros internacionales hasta al menos finales de diciembre, dejando los lugares sagrados de la Ciudad Vieja sin visitantes extranjeros por segunda Navidad consecutiva.
Pero aquellos que dependen del turismo o cuyos familiares no pueden visitarlos se han visto frustrados por el gobierno israelí, al que han acusado de incoherencia, e incluso discriminación, al aplicar las restricciones de viaje. El gobierno ha permitido la entrada a los participantes de concursos de belleza internacionales y ha dado una aprobación especial a jóvenes judíos en viajes destinados a reforzar sus lazos con Israel, mientras que ha prohibido la llegada de los peregrinos cristianos.
En un recodo desolado de la Ciudad Vieja de Jerusalén, la alegre entrada roja de la casa de Issa Kassissieh, el tradicional Papá Noel de Tierra Santa, prometía algo de alegría festiva. Pero su puerta estaba cerrada.
Un vecino gritó desde el balcón y apareció Tammy Cohen, una voluntaria estadounidense en la residencia de Papá Noel y una rara visita del extranjero. Dijo que Papá Noel se había cansado de visitar hospitales y escuelas y que estaba durmiendo la siesta.
“Es un milagro que pueda estar aquí en Navidad”, dijo Cohen, al explicar que había viajado desde su casa en Carolina del Norte en noviembre, cuando el aeropuerto de Israel estuvo brevemente abierto a los turistas extranjeros, y decidió quedarse por un tiempo más.
Israel ha prohibido en gran medida la entrada de visitantes extranjeros desde que la pandemia llegó en marzo de 2020. Tras permitir con cautela la entrada de grupos de prueba, a principios de noviembre autorizó la entrada de turistas con esquemas de vacunación completos.
Pero las puertas volvieron a cerrarse bruscamente cuatro semanas después con la aparición de la variante ómicron. También está prohibido el acceso a los territorios ocupados —incluida la ciudad cisjordana de Belén—, cuya entrada y salida está controlada por Israel.
Al final, solo unos cientos de miles de extranjeros visitaron la ciudad en 2020, frente a los más de 4,5 millones de 2019, un año récord para el turismo en el que los peregrinos cristianos representaron aproximadamente una cuarta parte de la afluencia.
Los visitantes extranjeros fueron vetados en su mayoría la pasada Navidad, cuando Israel y la Autoridad Palestina, que ejerce un autogobierno limitado en partes de Cisjordania, se dirigían a un nuevo pico de infecciones.
La Ciudad Vieja, situada en Jerusalén Este, predominantemente palestina y anexionada por Israel, sigue sintiendo los efectos de todas las restricciones de la época de la pandemia.
Los israelíes, por su parte, tienen permiso para viajar al extranjero, excepto a un número creciente de países incluidos en la llamada lista roja. Pero aunque muchos prefieren evitar las complicaciones de los viajes internacionales, el turismo interno solo ha compensado en parte el descenso de visitantes extranjeros.
Los datos oficiales indicaron un descenso en las tasas de ocupación hotelera mensual en Jerusalén hasta el 30 por ciento en octubre de 2021, desde el 76 por ciento en octubre de 2019.
Israel, con una población de unos nueve millones de habitantes, ha sido pionero en las campañas de vacunación y refuerzo, pero más de 8000 israelíes han muerto a causa del virus. Con al menos 340 casos confirmados de la variante ómicron, los líderes israelíes dijeron a última hora del martes que estaban planeando administrar una cuarta vacuna para tratar de evitar una nueva ola de infecciones.
El primer ministro de Israel, Naftali Bennett, ha reconocido que la pronta y rápida decisión de limitar la entrada volvió a parecer innecesaria a muchos, no obstante la defendió el domingo.
Algunos israelíes y palestinos se han quejado de que el país acoja este mes el concurso internacional de Miss Universo, mientras que a sus familiares cercanos y a los turistas se les ha impedido entrar. Otros han cuestionado la lógica de permitir que los residentes sigan tomando vacaciones en el extranjero a países donde las tasas de infección aún no están claras.
Abunassar denunció públicamente lo que consideraba una discriminación, ya que el gobierno israelí aprobaba a los grupos de turistas judíos por derecho de nacimiento mientras prohibía a los peregrinos cristianos.
Sabine Haddad, vovera del Ministerio del Interior, dijo que Birthright era un programa educativo, no una empresa turística, y que a los turistas judíos también se les había prohibido la entrada durante festividades judías como la Pascua judía y los días sagrados.
Anton Sabella, propietario de un nuevo negocio en el barrio cristiano de la Ciudad Vieja, la librería y vinoteca The Gateway, dijo que el turismo procedente del extranjero probablemente no se recuperará del todo en un futuro próximo, por lo que agradece el apoyo de los palestinos locales, así como de algunos judíos israelíes y expatriados que se aventuran en la zona.
“Hasta ahora”, dijo, “estamos aguantando”.
Tras décadas de emigración, cerca del uno por ciento de la población de Tierra Santa es cristiana. Pero después de la puesta de sol, las luces decorativas se encienden en el barrio cristiano, y un pequeño mercado navideño atrae a los residentes locales de todas las religiones que quieren disfrutar de la fiesta.
De vuelta a la casa de Papá Noel, Kassissieh, un cristiano palestino, entra en acción, al recibir a grupos de todo el país. Dice que el pasado diciembre tuvo 14.000 visitantes y que este año espera otros tantos.
Puede que haya pocos turistas, pero Kassissieh al menos trae algo de espíritu navideño.
“El año pasado, vi lo estresados que estaban los niños”, dijo. “Vi en sus caras que les devolví algo de vida”