Desde hace casi dos años he estado hablando con muchos padres sobre el estrés pandémico, y no había escuchado tal nivel de desesperación en las últimas semanas desde la primavera de 2020. Algunas de las palabras que los padres usan para describir su enero de 2022 son: “devastador”, “asqueroso” y “al límite”. La diferencia con esta ola por la variante ómicron es que el descontento se concentra más en los padres de niños menores de 5 años.

En Estados Unidos, la mayoría de los niños de 5 o más años están yendo a clases presenciales y hay vacunas disponibles para ellos. En cambio, los menores de 5 años no pueden optar por ninguna vacuna y aún no se sabe bien cuándo se aprobará alguna para ellos. Quizás esté de más decirlo pero, si están en cuarentena, muchos menores de 5 años no pueden pasar el tiempo de manera independiente o mantenerse ocupados solos y en silencio viendo la televisión o leyendo durante mucho tiempo. Esto significa que el aprendizaje a distancia para los preescolares a veces termine pareciendo un chiste o requiera mucha participación de los padres.

Al mismo tiempo, ahora hay más lugares de trabajo abiertos, a diferencia de las olas previas de la covid. La mayoría de los estadounidenses ya no están trabajando de manera remota, pero incluso para los padres y madres que sí trabajan desde casa, estar todo el día encerrados intentando mantener a sus hijos pequeños con vida, alimentados y entretenidos hace que sea prácticamente imposible poder hacer algo más. La semana pasada hablé con una decena de padres y madres de todo el país (y decenas más me escribieron por mensaje directo) y estos son los temas que surgieron una y otra vez en nuestras conversaciones.


Sienten que no pueden mantener seguros a sus hijos

“Esta es la época más terrorífica de la pandemia para mandar a mis hijos a la guardería”, dijo Margot Zarin-Pass, pediatra e internista en Mineápolis. Sus dos hijos tienen 3 años y medio y 10 meses. Ha sido testigo del aumento en hospitalizaciones pediátricas durante la ola por la variante ómicron. Debido a que vive en Minnesota, donde ahora hay temperaturas heladas, pasar mucho tiempo al aire libre no es muy factible; tampoco siente que sea seguro llevar a sus hijos a bibliotecas o museos por la facilidad con la que se propaga esta variante, así que muchas veces pasan varios días sin salir de casa. “Siento que estamos más solos y abandonados que antes porque nuestros hijos no han podido vacunarse”, aseguró, mientras que el resto de la sociedad parece que está intentando dejar atrás la covid para vivir una vida más normal.


Tienen dificultades financieras

He escuchado de muchos padres que tienen a sus hijos en guarderías y que a menudo han tenido que hacer cuarentenas de 10 a 14 días por alguna exposición a la covid. Sobre todo en el caso de los hogares monoparentales o de quienes trabajan por hora, esto es insostenible e incluso puede llevar a una catástrofe financiera: tienes que pagar la guardería aunque tu hijo no vaya y no te pagarán si no puedes trabajar. Muchas guarderías también se encuentran en un aprieto, pues les ha costado trabajo mantenerse abiertas durante la pandemia y la demanda del cuidado infantil supera por mucho la oferta disponible.


Tiara Johnson, quien trabaja con niños con necesidades especiales en un centro de educación temprana en la ciudad de Nueva York y es madre soltera de un niño de 2 años, conoce ambos lados del dilema. Me explicó que, si muchos padres sacan a sus hijos del centro en el que trabaja debido a un brote de COVID-19, la institución podría perder su financiamiento y quizá tenga que cerrar para siempre. Por otro lado, el miércoles pasado cuando hablamos me dijo que la guardería a la que va su hijo aún no había abierto tras las vacaciones de Navidad. “Ahora estoy buscando otra guardería que sí esté abierta y me quede cerca porque su guardería cerró por la covid y yo tengo que preocuparme por pagarla, pero no me pagan si no voy a trabajar”, dijo. “También hay que pensar en los padres, ya que si no trabajamos no podemos proveer”.

Ella tiene que preocuparse por la salud de su hijo, así como por la salud y rutinas diarias de los niños que cuida. Los pequeños necesitan rutinas fijas, añadió, y este último brote ha sido un enorme traspié para ella, su hijo, los niños y los padres.

Sus jefes no son empáticos

Lauren Smith, quien trabaja en relaciones públicas para una compañía de atención sanitaria en Washington D. C. y es una madre divorciada con unos gemelos de 2 años, declaró que, si bien algunos jefes intentan adaptarse a sus empleados, hay límites. “Ya llevamos dos años así, y su paciencia y flexibilidad se han agotado. No pueden ceder siempre cuando sus empleados les siguen pidiendo que los entiendan”, dijo sobre lo que está viendo en su propia situación laboral y la de sus amigas. Esto pone a los empleados en una situación difícil, aunque reconoce que muchos jefes también están en un momento difícil: los negocios no pueden dar permisos una y otra vez y seguir cumpliendo con sus objetivos. Cuando hablamos, la guardería de sus hijos había cerrado toda la semana debido a problemas de personal y solo pudo cumplir con sus obligaciones laborales porque su exesposo pidió días de vacaciones para cuidar a los niños.


Se sienten traicionados

Una y otra vez, los padres me dijeron que sienten que las necesidades de los niños no han sido una prioridad a lo largo de la pandemia, que a su propia salud y bienestar como padres no se le ha dado suficiente consideración, y que en muchos casos los han dejado sin buenas opciones de escuelas o guarderías seguras. Muchas veces escuché lo difícil que es conseguir pruebas PCR, y quienes sí las consiguieron se quejaron de que los resultados lentos hacen que ellos no puedan ir a trabajar ni los niños a la escuela. Un paquete de dos pruebas rápidas ahora les cuesta (como mínimo) unos 20 dólares, y comprar cubrebocas de calidad para los niños es caro.

Lauren Sherbuk, quien trabaja como terapeuta ocupacional en escuelas de Florida y tiene un niño de 3 años y otro de 1, me lo explicó así: “Todos los meses tenemos un simulacro de seguridad contra tiradores en el que tenemos que encontrar un lugar de emboscada. Sin embargo, tenemos a la covid campando a sus anchas y se supone que no hay que hablar de ello”. La sensación de “qué diablos estamos haciendo ahora” parece ser más frecuente conforme hablo con más padres.

Usar cubrebocas, lavarse las manos y guardar un poco de distancia social no parece que nos haya facilitado el inicio del nuevo año. Hacerse pruebas con regularidad parece lógico, pero la escasez de pruebas no lo es, y si hay grandes retrasos en los resultados, no son muy útiles para cuando llegan. Las dosis de refuerzo son buenas, pero ¿qué pasa si tienes la vacuna de refuerzo y cuidas de un pequeño que no está vacunado?


Estamos más allá de los tópicos reconfortantes, de las recomendaciones de hacer yoga y de las promesas de los políticos de que habrá un remedio razonable durante los brotes de COVID-19, que ya son una parte previsible de nuestras vidas. “Creo que había mucha intensidad e ira sobre la idea de que los padres solo hablan por hablar; ese discurso de siempre, y pienso que al principio eso nos hizo sentir que algo podría cambiar”, dijo Ellie Erickson, pediatra y madre de dos niños menores de 4 años en Carolina del Norte. “Y ahora está bastante claro que no será así en absoluto”.

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