Fui una de las muchas mujeres que tuvieron un bebé pandémico. Me vieron embarazada pocas personas, y menos aún conocieron a mi segundo hijo, ni lo harán jamás. En septiembre de 2021, con 3 meses escasos, mi hijo murió. Era uno de los bebés con los ojos más vivaces y más felices que he conocido, y pasó cada día de su corta vida siendo amado y adorado.

El día que ocurrió, compartí la noticia de su pérdida en un breve mensaje en Twitter. El impulso de contarlo fue una forma de protección. Puesto que soy muy activa en Twitter, quise esquivar la inevitable pregunta de los amigos y conocidos: ¿cómo está tu bebé?

En menos de un día, alguien desconocido había repasado mis tuits antiguos y encontró la confirmación de que me había vacunado contra la COVID-19 durante mi embarazo. Esa persona compuso una imagen con mis tuits, uno al lado de otro: uno de julio, en el que expresaba mi alivio por haberme vacunado estando estaba embarazada, y otro de septiembre, el mensaje sobre mi pérdida. Alguien desconocido había escrito “Segura… y eficaz” junto a las capturas de pantalla, insinuando que haberme vacunado durante el embarazo había causado la muerte de mi hijo. La insinuación plasmada en esa imagen, que vive en varios rincones de internet, es una mentira: la autopsia demostró que no había ninguna relación entre la muerte de nuestro hijo y la vacuna.

Perder un hijo es uno de los mayores miedos que tienen los padres; parece algo inaprensible, hasta que te ves en esa aterradora minoría estadística. Sin embargo, en un primer momento, muchas personas respondieron al falso encuadre de nuestra historia, no con palabras de consuelo, sino con preguntas sobre qué había hecho yo para causar una tragedia tan terrible.

No me esperaba que mi momento de duelo y mi más profunda pena se fuesen a utilizar como arma contra las mujeres embarazadas y las vacunas que podían protegerlas de las peores consecuencias de la COVID-19. Sentí esa contraposición de las dos imágenes como una violación del espacio que mi marido y yo necesitábamos para nuestro duelo. Mezclados con los correos electrónicos de pésame había algunos con asuntos como: “¿Sabías que estás en Reddit?”. Esa apropiación indebida de nuestra pérdida me puso furiosa. Darme cuenta de que la gente aún puede ver fragmentos de mi historia y que eso influya en sus decisiones sobre su salud duele, como madre y como profesional de la salud pública. Hay un costo humano en la desinformación.


He dedicado mi carrera profesional a crear visualizaciones responsables de los datos sobre salud pública. He escrito y hablado sobre lo crucial que es presentar datos claros y comprensibles sobre la COVID-19, y más si se tiene en cuenta lo fácil que es dejarse influir por las experiencias personales o las anécdotas en internet. Es esta la razón por la que ver nuestra pérdida tergiversada con tanto descaro, y con tanta difusión, para promover la agenda de otros, ha sido tan desgarrador.

Me sentí frustrada porque no parecía que pudiera hacer mucho para detener la propagación de las mentiras. También sentí una profunda tristeza por las mujeres embarazadas que pudieran haber visto esa versión engañosa sobre la muerte de nuestro hijo y que les entraran miedos o dudas sobre la vacunación en un momento en el que era más probable que contrajeran la COVID-19.

En otoño del año pasado, los datos poblacionales de V-safe —un verificador del estado de salud de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos— y otros estudios mostraron de forma abrumadora los beneficios de vacunarse durante el embarazo. Otros datos más recientes han revelado que tener la COVID-19 durante el embarazo aumenta el riesgo de parto prematuro o de dar a luz un mortinato; hay más estudios que indican que la vacunación no aumenta el riesgo de secuelas negativas para la madre o el bebé. A pesar de que la vacunación es segura para las mujeres embarazadas, su tasa de vacunación fue inferior al principio de la pandemia comparada con la del resto de la población.

Hay toda una economía digital dedicada a la difusión de información falsa pero convincente. Los relatos calan más que los gráficos. Las redes sociales permiten su rápida amplificación y diseminación, mientras que hay sitios web que conservan historias y anécdotas en páginas específicas. En las semanas posteriores a que muriera mi hijo, algunas personas vigilaron amablemente mis cuentas en las redes sociales para reducir mi exposición al odio y el hostigamiento. Denunciaron y documentaron aquellos comentarios que lo merecían, mientras que otras trataron de ralentizar la propagación de la mentira y denunciaron cuentas por acoso. El propietario de una web, con el que nos pusimos en contacto con una petición de eliminación de una entrada de blog, nos respondió que nunca la acataría. Nos dijo que la mayoría de los legos “no entienden el trabajo que cuesta la creación de contenidos”. La gente estaba ganando dinero con esa imagen, mediante los clics y las veces que se compartía, mientras que nosotros teníamos unos recursos limitados.


Alejarse de las redes sociales fue la decisión correcta en aquel momento, pero también supuso dejar de experimentar los mensajes de apoyo, afecto, pésame y empatía, y en particular los de otros padres que habían perdido a un infante.

Meses después de aquel calvario, revisé más de 400 capturas de pantalla. Aunque en gran parte de los comentarios me llamaban “asesina” o “la madre más tonta de la historia”, en otros había preguntas sobre los detalles de nuestra pérdida, o se afirmaba que esta historia validaba su escepticismo ante la vacuna.

Esta culpabilización para explicar una pérdida parece haberse vuelto más común en los últimos dos años. En un reportaje para The Atlantic publicado en abril, Ed Yong escribió sobre los muchos estadounidenses que están llorando a los seres queridos que han perdido por la COVID-19. Observó una constante concreta: a menudo, cuando las personas que atravesaban un duelo hablaban con otras sobre su pérdida, se les preguntaban cosas como: ¿estaban vacunados? ¿Tenían alguna enfermedad previa?

En unos tiempos tan llenos de incógnitas, las personas buscan explicaciones a por qué suceden cosas terribles, y tranquilizarse sobre que a ellas no podría sucederles la tragedia de otras personas. Sin embargo, hacerlo con un desprecio tan cruel por la verdad, como se ha hecho con mi familia, es una nueva norma inaceptable, que se refuerza cuando la gente exige y comparte información sin aplicar el pensamiento crítico. Si alguien ya tenía dudas sobre la seguridad de una intervención médica, como una vacuna, oír sobre una mujer que se vacunó durante su embarazo y después perdió al bebé puede crear un círculo vicioso de sesgos de confirmación sin fundamento.

Necesito creer que el mundo no está lleno de gente que está deseando causar más dolor a unos padres que han perdido a su bebé, a pesar de las muestras que he visto de lo contrario. Quizá la gente quiso consolarse dirigiendo la culpa hacia mí, como si no hubiera pérdidas inesperadas todos los días. Quizá esas personas se sentían inquietas por la incertidumbre que rodeó a los cambios en las recomendaciones durante la pandemia, y buscó entonces un villano fácil, como las vacunas o las grandes compañías farmacéuticas. Quizá pensaban que estaban sirviendo de altavoz a una historia que no se había contado y que la gente necesitaba oír, sin considerar si la persona afectada tenía algo que decir en ella, o si era cierta.

Internet y las redes sociales son espacios donde muchos hemos encontrado una comunidad y conexiones, tanto en el ámbito personal como en el profesional. Puesto que me dedico a reflexionar a fondo sobre cómo las personas consumen la información, mi consejo para quienes quieran detener la propagación de información errónea es que hagan una pausa para evaluar antes de prestarle atención y compartirla. Pregúntate: ¿quién ha hecho este contenido y por qué? A menudo se utilizan anécdotas que contradicen los datos duros, sobre todo en temas tan volubles como la seguridad de las vacunas, para promover información errónea. Es todavía más importante leer esas historias con ojo crítico.


En el contexto de los acontecimientos mundiales, leer y retuitear con conciencia puede ayudar a detener la velocidad de la propagación de información errónea. Con ello se podrían despejar nuestros canales sociales para dejar espacio a la verdad, y evitarle a una familia en duelo dolor y sufrimiento adicionales.

Recuerda: son personas reales las que están en juego.

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