La capital argentina siempre ha sido aficionada a los libros. Cuando los tiempos difíciles cerraron las grandes cadenas, la industria de los libros encontró una forma de mantener a los porteños con material de lectura fresco.
Cuando Carime Morales era pequeña, todos los años su familia dedicaba dos días de sus vacaciones de invierno en Buenos Aires para comprar libros, principalmente en la avenida Corrientes donde las librerías, los teatros y las cafeterías brindaban un animado ambiente cultural.
Pero cuando llegó el momento de que Morales abriera su propia librería el año pasado, ni siquiera pensó en Corrientes. En cambio, optó por Parque Chas, el arbolado barrio residencial con calles serpenteantes donde vive.
Su librería, Malatesta, se volvió todo un éxito, como parte del auge de las librerías de barrio, que están multiplicándose y prosperando, incluso tras el confinamiento riguroso por la pandemia y la recesión de años en Argentina que ha devastado la industria editorial y gran parte de la economía.
Están surgiendo librerías pequeñas en las zonas residenciales, donde están sus lectores, lo que mantiene vivo el ambiente literario que hizo a Buenos Aires, la capital de Argentina, una de las ciudades con más librerías per cápita en todo el mundo.
“Siguen abriendo librerías”, comentó Cecilia Fanti, quien inauguró la librería Céspedes Libros en agosto de 2017 y la pasó a un local más grande tres años después para satisfacer la demanda.
Pese a que las ventas de libros por internet aumentaron durante el confinamiento, las pequeñas librerías de barrio ofrecían algo que los vendedores en internet no podían proporcionar: recomendaciones pensadas.
La pandemia deterioró las economías de todo el mundo, pero Argentina ya estaba en una profunda crisis cuando surgió el coronavirus: 2020 fue su tercer año consecutivo de recesión. Durante varios años, la industria editorial, al igual que otras, ya experimentaba muchos problemas y, cuando los argentinos entraron en un estricto confinamiento en marzo de 2020, le fue todavía peor. El ambiente de la avenida Corrientes, que alcanzó su mayor auge a mediados de las décadas de 1980 y 1990, cuando terminó la dictadura militar en Argentina, perdió gran parte de su esplendor en el momento en que el centro se quedó vacío y muchas de las grandes librerías cerraron.
No obstante, como los porteños se quedaron confinados en sus vecindarios durante buena parte de 2020, recurrieron a las librerías pequeñas que tenían cerca. Y estos establecimientos —con su personal más reducido, sus rentas más baratas y su ágil presencia en las redes sociales— de pronto se vieron con una marcada ventaja comparativa sobre las grandes cadenas de librerías.
La pandemia “les dio un tono de igualdad con los grandes monstruos” que dependían más del paso de peatones y de lectores ocasionales, señala Luis Mey, un escritor que fue librero durante años, parte de ellos en El Ateneo Grand Splendid, posiblemente la librería más famosa de la ciudad, que por lo general está clasificada entre las librerías más bonitas del mundo y es una parada obligada para los turistas.
Nurit Kasztelan, quien en 2009 abrió una pequeña librería en su casa en el barrio de Villa Crespo (llamada, atinadamente, Mi Casa), solo atiende a clientes con cita previa y se siente orgullosa por poder conseguir títulos difíciles de encontrar. Según ella, después de más de una década en el negocio, se volvió a sentir “necesaria” cuando el país entró en confinamiento y las ventas de su pequeñísima librería se dispararon.
“No tenía tiempo de leer”, mencionó, porque “la gente empezó a comprar cuatro o cinco libros por mes”.
Los pequeños negocios han visto que pueden prosperar en Buenos Aires a pesar de los tiempos difíciles porque la capital de Argentina concentra una gran cantidad de lectores, algo que, según la gente de la industria, es excepcional en América Latina.
“Puede ser que Argentina siempre esté en crisis, pero tiene mucho público lector”, aseveró Cristian De Nápoli, escritor y propietario de Otras Orillas, una pequeña librería en el barrio Recoleta. “Y no son cualquier público lector, son público lector que siempre busca las novedades”.
Esta hambre de material nuevo ha sido una ventaja para las librerías de barrio, las cuales tienen una relación casi simbiótica con las editoriales pequeñas que también han surgido en Buenos Aires durante las últimas dos décadas.
“Existe una enorme cantidad de libros”, explicó De Nápoli. “Las librerías chicas son lugares que, de alguna manera, ponen un orden a esa euforia”.
Por lo general, las tiradas de las editoriales independientes van de 500 a 2000 ejemplares, a diferencia de los más de 10.000 de las editoriales más grandes. Así que las editoriales pequeñas dependen de que los libreros corran la voz sobre las publicaciones nuevas.
“Para interesar al cliente de la cadena necesitas hacer grandes campañas de mercadeo”, explica Damián Ríos, cofundador de la editorial Blatt y Ríos, creada en 2010, y que ahora publica de dos a tres libros por mes. “Eso es algo que nosotros, las editoriales pequeñas, no hacemos”.
Los libreros afirman que una librería pequeña puede ser más cuidadosa con su selección de libros y ofrecer títulos que no llegan a las grandes librerías. Así que el hecho de que haya una mayor cantidad de librerías pequeñas ha facilitado el nacimiento de editoriales más pequeñas, cuyas tiradas tal vez sean de solo 300 ejemplares.
“Nosotros tenemos los mismos libros que tienen todos, pero la clave es que no mostramos lo mismo”, aclaró Ana López, quien dirige Suerte Maldita, una librería de 37 metros cuadrados en el barrio de Palermo. “Si alguien me pregunta por el último bestseller, se lo puedo conseguir, pero no es lo que elijo mostrar, lo cual incluye mucho de las editoriales chicas”.
Todavía no se sabe si la cultura de la lectura de Buenos Aires es lo suficientemente sólida como para mantener el auge actual de las librerías y las editoriales pequeñas.
“Hay una sobresaturación de librerías”, señaló Kasztelan. “Realmente no sé si hay tantos lectores”.
Pero Zambra, el consultor editorial, comentó que, por el momento, el repunte de las librerías pequeñas demuestra que “hay un negocio próspero todavía en el libro”, sobre todo en Buenos Aires.