Ocho años después de que la catástrofe del transbordador Sewol se cobrara la vida de 250 estudiantes, sus padres aún no terminan de asimilar las lecciones que les dejó la tragedia.


ANSAN, Corea del Sur — Su habitación sigue tal como la dejó el día en que se fue de viaje de estudios en 2014. Su cama sigue hecha con la misma almohada y la misma cobija. El trofeo que ganó en un concurso de piano luce orgulloso en un estante. En su escritorio están su computadora y su celular, intactos junto a algunas de sus golosinas favoritas.

Lee Ho-jin murió hace ocho años a la edad de 16 años, uno de los 250 estudiantes de segundo año que perdieron la vida cuando el ferry Sewol se hundió frente a la costa suroeste de Corea del Sur el 16 de abril de 2014. Ese día murieron más de 300 personas, todos los estudiantes procedían de la escuela secundaria Danwon de Ansan, ciudad situada al sur de Seúl.

Los surcoreanos se solidarizaron rápidamente con las familias de las víctimas tras el suceso, unidos en su indignación. Sin embargo, la catástrofe más traumática de Corea del Sur en tiempos de paz pronto dividió al país: los críticos consideraron que la búsqueda de las familias de rendición de cuentas y compensaciones adecuadas era una campaña antigubernamental. Ocho años después, debido al tiempo y la vida cotidiana, gran parte del país ha seguido adelante, mientras que Ansan parece paralizada en el dolor.

Las familias de Ansan afirman que al menos tres padres se han suicidado tras perder a sus hijos en el hundimiento. Algunas familias se han desintegrado por el divorcio. Otras se han mudado a distintos lugares para dolerse a solas. Otras más se han unido para consolarse mutuamente, mantener vivo el recuerdo de sus hijos y ayudar al país a comprender la profundidad de su sacrificio.

Ahora, un monumento en forma de ballena amarilla preside el patio de la escuela secundaria Danwon. En el Aula Conmemorativa 4.16, un museo dedicado a los estudiantes, se recrean las aulas de las víctimas con pupitres, pizarrones y otros muebles de la escuela. Los visitantes captan la enormidad de la pérdida cuando se recitan los nombres de los 250 estudiantes y 11 profesores que se ahogaron al final de una presentación en video.

“Voy al aula de mi hijo para ver su nombre, su fotografía y su pupitre, y recuperar fuerzas”, comentó Jeon In-suk, de 51 años, que perdió a su único hijo, Im Kyong-bin, y empezó a trabajar como guía voluntaria en el museo el año pasado. Antes de eso, acampó frente a la oficina presidencial en Seúl durante tres largos meses de invierno, exigiendo una respuesta para saber si la negligencia de las autoridades durante la operación de rescate contribuyó a la muerte de su hijo.

Las familias hablaron del dolor visceral que las persigue y de cómo las ciudades que sufren tragedias, como Uvalde, Texas, cargan con el peso de una pérdida que solo las víctimas y los familiares pueden comprender de verdad. Pero los padres también dijeron que han aprendido que no hay otra forma de enfrentarse a la calamidad más que vivir el dolor.

La catástrofe había nacido de la codicia y la negligencia. El propietario del Sewol había añadido literas adicionales, lo que hizo que el transbordador estuviera sobrecargado. En su último viaje, transportaba el doble del límite legal de carga, tras haber vertido la mayor parte del agua de lastre que habría ayudado a estabilizarlo. Los reguladores dictaminaron que el barco estaba en condiciones de navegar. Pero cuando hizo un giro brusco mientras luchaba contra una fuerte corriente, perdió el equilibrio.

Mientras la embarcación zozobraba, la tripulación pedía a los pasajeros por el intercomunicador que esperaran en sus camarotes. El primer barco de guardacostas que llegó al lugar no hizo más que recoger a los miembros de la tripulación que huían, incluido el capitán, Lee Joon-seok, mientras los pasajeros atrapados en el interior golpeaban las ventanas y el barco descendía lentamente bajo las olas. El gobierno en un principio declaró que todos los pasajeros habían sido rescatados. De las 476 personas a bordo del Sewol, solo 172 fueron rescatadas.

Más de 150 reguladores, miembros de la tripulación, inspectores de barcos y funcionarios de empresas de transbordadores y de carga han sido acusados por su participación en el desastre. Corea del Sur endureció las normas de seguridad y promulgó leyes para reprimir la corrupción y a las empresas que anteponen sus ganancias a la seguridad.

Las familias de Ansan calificaron las múltiples rondas de investigaciones del gobierno como una cortina de humo porque nunca investigaron de manera adecuada el papel de la incompetencia de las autoridades y ninguno de los altos funcionarios a los que responsabilizan ha ido a la cárcel. Los padres enfadados acamparon en el centro de Seúl, algunos llevaron a cabo huelgas de hambre de varias semanas, exigiendo una investigación más exhaustiva. Está previsto que un nuevo grupo de investigación termine su trabajo este mes.

Pero al avanzar el duelo y las indagatorias, que contribuyeron a que la entonces presidente Park Geun-hye fuera depuesta en 2017, muchos surcoreanos, en particular los conservadores, han dicho que están hartos y acusaron a las familias de tener al país de rehén en búsqueda de mayores paquetes de compensación por parte del gobierno.

“La gente piensa que ya pasó y se preguntan por qué seguimos protestando”, dijo Kim Byong-kwon, de 57 años, quien se mudó a otra ciudad y no les contó a sus nuevos vecinos que había perdido a su hija Kim Bitnara, en el desastre del Sewol.

“Pero no entienden que nuestro dolor no ha sanado y que nada ha cambiado”.


Kang Soon-joong, que también perdió a su hija, se unió a un club de fútbol matutino para distraerse del dolor y la indignación. “Sin el soccer ya estaría muerto”, dijo Kang, de 63 años. Dejó atrás a amistades que había tenido durante más de medio siglo luego de que empezaron a decir que las familias de las víctimas eran “traficantes de cadáveres”.

Lo más abrumador de todo ha sido el sentimiento de culpa de los padres, que sienten que no supieron proteger a sus hijos y les atormenta el recuerdo de cómo murieron.

Cuando se enteró de la noticia del Sewol, Kim, la madre de Ho-jin, llamó de inmediato a su hijo al ferry. “Mamá, no te preocupes. Veo a los guardacostas por la ventana”, recuerda Kim que le dijo su hijo. “Te veré cuando vuelva a casa”.

Cuando lo llamó de nuevo, no respondió. El cuerpo de Ho-jin fue recuperado 16 días después y, según la costumbre funeraria coreana, fue enterrado tres días más tarde. Era el 5 de mayo, el Día del Niño en Corea del Sur.

Su padre, Lee Yong-ki se aficionó a la bebida y lloraba a solas mientras conducía y escuchaba música. “Caminar sin cesar por un arroyo cercano a mi casa como una mujer que ha perdido la razón era lo único que podía hacer”, dijo Kim. “Ho-jin fue la primera persona en la tierra que me llamó mamá”.

Ho-jeong, una de las dos hermanas menores de Ho-jin, dijo que odiaba la primavera y las flores de abril porque todos los años ofrecen dolorosos recordatorios de la muerte de su hermano. Ho-yoon, la hija menor de la familia, comenzó a lastimarse después de la muerte de su hermano.

Pero la familia también ha comenzado a reconstruirse.

Este año, Lee ha aceptado tomar medicamentos para manejar su ira y su desorden de pánico. Cada domingo, la familia visita un parque conmemorativo donde Ho-jin está sepultado. Este año, el 19 de abril, Ho-jeong le pidió a su familia por primera vez desde el hundimiento que la llevaran a comer fuera por su cumpleaños.

Diariamente, le envía a Ho-jin un mensaje de Facebook a la medianoche porque tiene miedo de olvidarlo algún día, tal como ha hecho gran parte de la sociedad. Lee dijo que era importante mantener viva la memoria de las víctimas del Sewol: “Queremos un mundo más seguro donde los niños ya no tengan que morir como los nuestros”.

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