Por temor a un éxodo masivo, algunos funcionarios del gobierno de Biden consideran necesario desplegar fuerzas extranjeras armadas en el país, pero no han podido persuadir a otras naciones de apoyar esa estrategia.

A principios de noviembre, después de días de tiroteos, la policía haitiana por fin logró un triunfo: la liberación del puerto más grande del país, que durante dos meses había estado tomado por las bandas delictivas.

Pero, unos días después, cuando los miembros del equipo SWAT de Haití regresaron al barrio marginal que rodea al puerto, todavía no se sentían lo suficientemente seguros como para bajarse de su camión blindado.

Los oficiales miraban con ansiedad las filas de chozas oxidadas en busca de pistoleros ocultos, y tenían tanta cautela del peligro exterior que no abrieron las puertas del vehículo.

La conclusión estaba clara: la policía sigue tratando de defenderse, pero las pandillas siguen controlando gran parte de Haití.

El magnicidio del presidente de Haití el año pasado desencadenó una nueva ola de terror en el país caribeño. Pero, en los últimos meses, las condiciones de vida en el país se han desplomado a nuevos niveles atroces porque las pandillas cometen actos de una violencia tan extrema que la carnicería en las calles ha sido comparada con una guerra civil.

Ahora, por temor a que la crisis humanitaria que azota a Haití pueda estimular la migración masiva hacia Estados Unidos y otros lugares, algunos altos funcionarios del gobierno de Joe Biden están presionando para enviar una fuerza armada multinacional al país, según afirman varios funcionarios y exfuncionarios, después de que el mes pasado el mismo gobierno haitiano hiciera un pedido parecido.

Pero Estados Unidos no quiere comprometer a sus tropas en esa estrategia, a pesar de que los funcionarios temen que el caos en Haití podría generar una ola aún mayor de refugiados hacia las costas estadounidenses.

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